Cada vez estoy menos seguro de que no tenga que haber un
Día del Hombre. Ante su ausencia, queda el Día del Padre para reflexionar sobre
la masculinidad.
Hoy quiero reivindicar ésta como portadora de
positividad. No sólo en el continuo de los valores que encarna de forma
tradicional. Por construcción social, por características intrínsecas de su
naturaleza o por ambas, ahora no quiero entrar en esa polémica. El caso es que
hay atributos personales y comunes que todos identificamos en ella: fuerza,
aventura, competencia (¿siempre es negativa?), exploración de límites, riesgo
(¿siempre es negativo?). Y también abrigo, protección, seguridad.
También reivindico el proceso más moderno de construcción
continua del hombre que ya sabe que en el respeto al otro, la mujer para los
efectos, a su independencia, a su construcción autónoma personal y a su
crecimiento está el respeto a sí mismo. Y que encuentra en ello una parte
importante de la propia esencia de su ser, de su ser masculino. Que lo elabora
cada día en un proceso apasionante de evolución social en el que aún hay más preguntas
que respuestas, como en todos los que merecen la pena.
Reivindico a esos hombres a los que aman los personajes femeninos
de Almudena Grandes y de Rosa Montero. Hombres que a pesar de sus errores son
dignos de ser amados en su plena condición masculina.
Reivindico a esos hombres que buscan todo aquello que perdieron
por el camino tanto en el recorrido histórico como en el personal. Que
reencuentran el valor de las relaciones familiares y deciden apostar por ellas.
Que aprenden a mirar cara a cara a emociones como el miedo, la soledad y la inseguridad
desde sus propias claves renovadas, hasta con una sonrisa, en lugar de negarlas
y poner cara de póker.
Declaro mi distancia frente a quienes pontifican sobre
una masculinidad en permanente estado de sospecha. Por cierto, hombres en importante
proporción. Que sólo la conciben como una dañina fiera que hay que mantener
entre rejas. O como un preso culpable sobre el que sólo cabe determinar si debe
cumplir el primer o el tercer grado. Que reelaboran el concepto de pecado
original acotándolo sólo para los hombres y acuden asiduos a determinados
cenáculos llamados feministas (para mí no lo son, el feminismo es algo mucho
más serio que eso) y hasta cobran por ello. Declaro también mi rebeldía a pedir
perdón de por vida por ser hombre y a encontrarme en permanente deuda de
reparación por razón de nacimiento.
Hoy, Día del Padre, recuerdo a todos aquellos hombres que
han sido y que son referentes de mi
proceso de aprendizaje permanente en esto de ser hombre. Y saludo a toda esa
inmensa minoría que constituimos los hombres, casi la mitad de la humanidad. Compañeros
de viaje en esta aventura, no mejores pero tampoco peores que las mujeres, a los que al menos por un día merece la pena
dedicar una reflexión. A todos y a todas, feliz 19 de marzo.